miércoles, 8 de octubre de 2014

Anne Ancelin Schutzenberger [¡AY, MIS ANCESTROS!]


Anne Ancelin Schutzenberger




Transcripción de las primeras páginas del libro

¡AY, MIS ANCESTROS!


EL PASADO VIVIENTE
EL LORO DEL ABUELO


Era una bella mañana de verano.
Estaba sola, de vacaciones, en casa de colegas y amigos, en el sur
de Francia.
Habiéndome despertado temprano, había salido sin hacer
ruido al jardín para ver la salida del sol sobre las montañas, detrás
de la Sainte-Baume.
Como ignoraba las costumbres de la casa y no quería molestar, permanecí tranquila, cerca de la piscina, bajo los pinos.

Todo era apacible… Todo era “orden y belleza… lujo, calma y
voluptuosidad”.

“¡A la mesa!”, gritó de repente y desde lejos una voz imperativa.
“¡A la mesa! ¡Rápido, rápido, rápido, a la mesa!…”
 Los perros se precipitaron, y yo detrás de ellos, al gran comedor, al living… donde no había nadie.

La voz, una voz masculina, segura, con certeza de su derecho
y habituada a dar órdenes, repitió: “¡A la mesa! ¡Monique, rápido!
¡A la mesa! ¡Y mantente derecha!” (instintivamente, yo me enderecé).

Los perros se orientaron hacia el lugar de donde provenía la
voz, y frenaron… frente a la jaula del loro; esperaron, se pavonearon… y volvieron a echarse.
Yo estaba tan desconcertada como ellos y volví al jardín, a esperar.

Más tarde, en el verdadero desayuno dominical, placentero,
cordial, distendido y cálido, mi amigo Michel me explicó que, después de la muerte de su abuelo, había heredado un loro —un loro centenario— que a veces “hablaba” como se hablaba tiempo atrás en la familia.
Tanto, que era realmente para confundirse.

A veces era la voz del abuelo (médico) que llamaba a todo el
mundo a la mesa —sobre todo a los nietos—; otras veces, la de algún otro miembro de la familia, o la de sus amigos.
Nadie sabía qué desencadenaba la memoria del loro, ni qué o quiénes saldrían de ella.
Para mis amigos, la familia estaba siempre ahí.

¡Cuánta presencia, cuánto calor, cuánta camaradería proporcionaba ese loro, qué continuidad en el linaje y cuánta seguridad!
Pero también, ¿qué secretos eventuales podían resurgir, que no-dichos prohibidos, qué órdenes podían ser re-ordenadas o convocadas?

Era el pasado, el pasado viviente, el pasado siempre vivo e interactuando con el presente.

Esta experiencia fue, para mí, una vía de acceso al pasado-presente,
un ir y venir.
“Lo muerto se encarna en lo vivo”, dicen desde hace mucho
tiempo los escribanos, retomando el adagio romano.

Continuamos la cadena de las generaciones y pagamos las deudas
del pasado; hasta que no se “borre la pizarra”, una lealtad invisible
nos empuja a repetir, lo queramos o no, lo sepamos o no,
la situación agradable o el acontecimiento traumático, la muerte
injusta, incluso trágica, o su eco.



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