Anne Ancelin
Schutzenberger
Transcripción de las primeras páginas del libro
¡AY, MIS ANCESTROS!
EL PASADO VIVIENTE
EL LORO DEL ABUELO
Era una bella mañana de verano.
Estaba sola, de vacaciones, en casa de colegas y
amigos, en el sur
de Francia.
Habiéndome despertado temprano, había salido sin hacer
ruido al jardín para ver la salida del sol sobre las
montañas, detrás
de la Sainte-Baume.
Como ignoraba las costumbres de la casa y no quería
molestar, permanecí tranquila, cerca de la piscina, bajo los pinos.
Todo era apacible… Todo era “orden y belleza… lujo,
calma y
voluptuosidad”.
“¡A la mesa!”, gritó de repente y desde lejos una voz
imperativa.
“¡A la mesa! ¡Rápido, rápido, rápido, a la mesa!…”
Los perros se
precipitaron, y yo detrás de ellos, al gran comedor, al living… donde no había
nadie.
La voz, una voz masculina, segura, con certeza de su
derecho
y habituada a dar órdenes, repitió: “¡A la mesa!
¡Monique, rápido!
¡A la mesa! ¡Y mantente derecha!” (instintivamente, yo
me enderecé).
Los perros se orientaron hacia el lugar de donde
provenía la
voz, y frenaron… frente a la jaula del loro;
esperaron, se pavonearon… y volvieron a echarse.
Yo estaba tan desconcertada como ellos y volví al
jardín, a esperar.
Más tarde, en el verdadero desayuno dominical,
placentero,
cordial, distendido y cálido, mi amigo Michel me
explicó que, después de la muerte de su abuelo, había heredado un loro —un loro
centenario— que a veces “hablaba” como se hablaba tiempo atrás en la familia.
Tanto, que era realmente para confundirse.
A veces era la voz del abuelo (médico) que llamaba a
todo el
mundo a la mesa —sobre todo a los nietos—; otras
veces, la de algún otro miembro de la familia, o la de sus amigos.
Nadie sabía qué desencadenaba la memoria del loro, ni
qué o quiénes saldrían de ella.
Para mis amigos, la familia estaba siempre ahí.
¡Cuánta presencia, cuánto calor, cuánta camaradería
proporcionaba ese loro, qué continuidad en el linaje y cuánta seguridad!
Pero también, ¿qué secretos eventuales podían
resurgir, que no-dichos prohibidos, qué órdenes podían ser re-ordenadas o
convocadas?
Era el pasado, el pasado viviente, el pasado siempre
vivo e interactuando con el presente.
Esta experiencia fue, para mí, una vía de acceso al
pasado-presente,
un ir y venir.
“Lo muerto se encarna en lo vivo”, dicen desde hace
mucho
tiempo los escribanos, retomando el adagio romano.
Continuamos la cadena de las generaciones y pagamos
las deudas
del pasado; hasta que no se “borre la pizarra”, una
lealtad invisible
nos empuja a repetir, lo queramos o no, lo sepamos o
no,
la situación agradable o el acontecimiento traumático,
la muerte
injusta, incluso trágica, o su eco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario