miércoles, 15 de octubre de 2014

Continuación... [parte 2°]





Esta repetición, 
¿supone que ese chico sepa algo de esta vergüenza familiar? 
¿Se supone que este chico haya oído algo sobre su desgraciado tío?

¡Por supuesto que no!  La vergüenza no necesita evocarse en absoluto para pasar la barrera de las generaciones y venir a perturbar un eslabón débil de la familia. 

Voy a darle un ejemplo de una niña de cuatro años que, en sus pesadillas, se ve perseguida por un monstruo.
 Se despierta por la noche tosiendo y, cada año, por la misma fecha, su tos degenera en una crisis asmática:

Es el 26 de Abril, me dice la madre:

      Yo conozco las fechas de la historia de Francia (muchos traumatismos ancestrales encuentran su origen
en las persecuciones o en los campos de batalla). 

El 26 de Abril de 1.915, las tropas
 alemanas lanzaron por primera vez gas tóxico sobre las líneas francesas.
Después, miles de militares franceses de la primera guerra mundial perecieron asfixiados.
El hermano del abuelo era uno de esos soldados. Le pido a la niña que dibuje el monstruo
que ve en sus pesadillas.
Ella dibuja con un lápiz una máscara de gas de la guerra de 1914-1918.

Sin embargo nunca había visto una máscara de gas y nunca le habían dicho nada
sobre la asfixia del abuelo.
A pesar de todos esos obstáculos, la información pudo pasar.  ¿Cómo?  
Quizá por el hecho
de querer evitarlo

El recuerdo del muerto mal enterrado creó en la madre una zona de sombra en la que se ocultó el dolor.

Hipótesis:
      a lo largo de su vida, habrá habido lagunas en la forma de hablar de esta mujer;
 cada vez que haya encontrado la ocasión de pensar en la brutal muerte de su abuelo
(Una foto familiar, una imagen de guerra en la televisión),
 habrá manifestado una conmoción que,
sin duda, se habrá expresado primero en la mirada, en la voz o en las actitudes, más que en el contenido
de las palabras que habría podido quizá intercambiar.
Habrá evitado ver cualquier película de guerra…
Habrá hablado mal de Bélgica…
Habrá tenido miedo del gas…

 Las imágenes, o los secretos de familia, pasan de una generación a otra por la unidad dual madre-niño.

Durante su desarrollo en el útero, el niño sueña como sueña su madre y que todas las imágenes del inconsciente maternal y del co-inconsciente familiar pueden impresionar de esta manera la memoria del niño que va a nacer.
Esta hipótesis todavía no ha dado lugar a ninguna exploración científica seria.
¡Sin embargo, nos va en ello la salud!

La fidelidad a nuestros ancestros nos gobernaría…  Nuestro inconsciente nos impulsaría a honrarla y, para ello, utilizaría medios sorprendentes: provocar un cáncer, enviarnos bajo las ruedas de un coche. ¿Se podría explicar esto en términos médicos?
En realidad, esta forma de maldición viene de un mecanismo que la medicina conoce cada vez mejor.
    
Toda muerte o idea de muerte provoca en el hombre una depresión.  
Perder su propia casa o su empleo supone también un duelo. 

Al entrar en la tristeza del duelo se disminuye la inmunología. 

Muchas personas piensan de una forma totalmente inconsciente que van a morir a una edad concreta

“mi madre murió a los treinta y cinco años y yo no sobrepasaré esa edad”, se dice la mujer.  

A la edad prevista, cae en una depresión que debilita su sistema inmunitario hasta el punto de dar lugar a un cáncer

 Es el mismo mecanismo para el accidente de coche: 

cuando llega la fecha aniversario de un traumatismo olvidado en la familia, alguien puede empezar a arriesgarse de manera insensata y el accidente, evidentemente, se produce.
El inconsciente se encarga de todo eso, como si fuera un reloj invisible.
Para curarse de la repetición, primero hay que ser consciente de ella.

Recuerde la joven sueca.  Cuando la ayudé a darse cuenta de que si sucumbía a su cáncer, no habría ya nadie para poner flores en la tumba de su madre, se operó un cambio radical en su enfermedad.
Dejó de tener síntomas, volvió a gozar de más energía y a coger peso, recuperó su trabajo y una vida normal. 

Si el origen del mal está cerca de la consciencia, visualizar el árbol genealógico y darse cuenta
de la repetición, pueden liberar al enfermo del peso de las lealtades familiares inconscientes.

Personalmente, únicamente haciendo que alguien dibuje su árbol genealógico, llego a poner al día en seis horas lo que podía hacer antes en diez años cuando una persona estaba en el diván!

  Pero veces también sucede que el secreto está tan escondido que la toma de conciencia no da nada.  

Entonces hay que recurrir al psicodrama.  
Porque éste ayuda a revivir la emoción de lo que se ocultó y a borrar la tensión que ha podido nacer entre lo que se nos oculta y lo que, de todas maneras, hemos presentido. 

"Hablar, llorar, gritar, golpear, previene la conversión de la enfermedad psíquica en síntoma somáticoPor ello se necesita ponerlo en escena, representarlo."

Durante una consulta, puedo invitar a un hombre a tocar la trompeta en un episodio sangriento de la batalla de Sedan, de pie en la alfombra, al lado del diván. 
 Hago que interprete la muerte del bisabuelo en el campo de batalla.

El siglo XX ha sido el siglo de las hecatombes. 
 Por primera vez en nuestra historia, millones de hombres han sido enterrados – a menudo sin sepultura – lejos de su tierra natal y lejos de sus ancestros. 
 Hay un enorme malestar transgeneracional en nuestra civilización...
Cuando se sabe que un muerto mal enterrado impide que se pueda realizar debidamente el duelo en la familia, es fácil imaginar que una hecatombe pueda generar un inmenso malestar en nuestra civilización, en efecto. 

Y no cuento los hijos de los judíos deportados a los campos de concentración que sufren crisis     asmáticas, eccemas y violentas jaquecas en las fechas aniversario de la deportación.
Creo que un trabajo terapéutico puede hacerse también a escala de los pueblos y naciones. 

"Cuando un ancestro ha sufrido, es fundamental para la descendencia que su dolor sea reconocido".
    Fue muy  importante para los armenios haber reconocido recientemente su genocidio por la comunidad internacional, incluso cincuenta años después.  Había que matar al fantasma.  Y le apuesto a que millones de armenios se han apaciguado en lo más profundo de su ser.  Dicho esto, no se necesitan circunstancias tan dramáticas para que el síndrome de repetición deteriore la existencia.
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  Por ejemplo, entre las muchas personas que han venido a mi consulta porque estaban aquejados de trastornos psicosomáticos inexplicables, hay algunos de ellos que tienen pesadillas repetitivas que hacen que suspendan sistemáticamente sus exámenes y tiren por tierra su vida profesional.
Pienso en un joven con el que descubrí que desde finales del siglo XIX, catorce de sus primos habían suspendido el bachillerato. Cercamos el origen de este trastorno y finalmente comprobamos que el bisabuelo de este chico había sido expulsado de su casa la víspera del bachillerato porque se había acostado con la criada y ésta se había quedado embarazada.  Pues bien, el biznieto llevaba todavía el peso de esta “falta original” cuidadosamente escondida por toda la familia.
Actualmente la terapia transgeneracional está dando muchos resultados.
Estamos viviendo un periodo de transformación radical de nuestro entorno y de nuestra manera de pensar, de nuestro ámbito de vida y de su contexto
Muchos terapeutas se encuentran confrontados a casos difíciles que las teorías clásicas no explican o explican mal. 
Permitir un enraizamiento de la persona en su propia historia forma parte de las soluciones.
¿Puede darnos un ejemplo de deuda en las cuentas familiares?
La deuda más importante de la lealtad familiar es la de cada hijo hacia sus padres por el amor, afecto, fatiga y consideraciones que ha recibido desde su nacimiento hasta el momento en que se hace adulto.
La manera de pagar esta deuda es transgeneracional, es decir que lo que hemos recibido de nuestros padres, se lo damos a nuestros hijos, etc.  Pero sucede que hay distorsiones malsanas entre los méritos y las deudas.
Tomemos un ejemplo clásico:
en determinado número de familias, la hija mayor sustenta el papel de madre de los demás niños y a veces de su propia madre que, en ese caso, se hace ayudar, cuidar y apoyar por su hija.  Es lo que se llama parentificación.  Un niño que tiene que convertirse en padre siendo muy joven, lleva un desequilibrio significativo en sus relaciones.
En realidad, es difícil comprender los lazos transgeneracionales, el libro de los méritos y las deudas, porque no hay nada claro.  Cada familia tiene su manera de definir la lealtad familiar.
Pero el estudio transgeneracional puede aportar otro punto de vista decisivo.
Anne Ancelin Schutzenberger, insiste sobre la importancia vital de las “reglas familiares”
Citemos algunas reglas que encontramos a menudo:
Existen familias para cuidadores/cuidados:  algunos miembros cuidan a otros que están enfermos. 
También familias en las que la regla es hacer cualquier cosa para que el hijo estudie – el mayor no será el mayor de los hijos sino el primer hijo.
Hay familias en las que se fabrica así un hijo mayor para que se encargue de los negocios familiares.
En otras familias, varias generaciones cohabitan sistemáticamente bajo el mismo techo…
Cuando se mira un genosociograma, es importante ver bien qué reglas están en vigor y quien las elabora.
Puede ser un abuelo, una abuela, un tío.  Cuando comenzamos a percibir bien esas reglas, podemos intentar ayudar a que la familia alcance un mejor funcionamiento en la relación y a que cada uno de sus miembros tenga un mayor equilibro entre deudas y méritos.  No siempre es fácil comprender todo cuando se descifra a una familia...
"El fracaso escolar sería a menudo de orden transgeneracional".

En el caso del fracaso escolar, hay que añadir el aspecto socioeconómico de estas lealtades familiares brillantemente analizadas por Vincent de Gauléjac, que me ha abierto bien los ojos.
Él demuestra hasta qué punto es difícil para un buen hijo o para una buena hija sobrepasar el nivel de estudios de su padre; por ejemplo, se pondrá enfermo la víspera del examen o tendrá un accidente cuando va al lugar donde se realiza tal examen.
Al hacer esto, responde inconscientemente al mensaje doblemente apremiante de su padre (o de su madre):
 “Haré cualquier cosa por ti y quiero que triunfes… pero me da un miedo terrible que me sobrepases y nos dejes”.

 Ahora bien, esos mensajes y actos fallidos datan, la mayoría de las veces, de generaciones precedentes.  Ahí también estamos gobernados por la fidelidad a los ancestros aunque sea inconsciente o invisible.
 Tenemos la opción de usar nuestro libre albedrío para liberarnos de la repetición, para nacer a nuestra propia historia.



                                                         Anne Ancelin Schutzenberger

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